sábado, 13 de diciembre de 2008

LA INDIA

Estoy en la India, por fin. Ha sido más fácil de lo que creía: no ha pasado ni un minuto desde que le he cogido la bicicleta a mi abuelo, y eso a pesar de que no llego a los pedales. Pero mi abuelo debe haber instalado un motor en la cadena para que vayan solos.
Dejo la bici junto a un árbol y, antes de seguir a pie, la limpio bien con la manga de la camisa, me la quito y la dejo plegada sobre el sillín. Me acerco a un cartel que dice: “Bosques de Brinda”. En menos de lo que cuesta decirlo, ya estoy rodeado de árboles y plantas de toda clase, pero no se oye ni un mosquito. Recuerdo entonces que mientras limpiaba la bici un momento antes había reparado en que mi abuelo había instalado también un silenciador junto al motor. Debo avanzar más para poder oír algo.

Camino de lado porque no tengo un machete con que abrirme paso entre tanta vegetación. Me lo tomo como un ejercicio gimnástico y avanzo a bastante velocidad. En esto, veo que alguien viene corriendo hacia mí. Es Michael Caine. Al rebasarme me dice: “ya soy rey”. Detrás de él, viene Sean Connery, que pasa de largo sin decirme nada. Y detrás, Kipling, que me indica una dirección con el pulgar. Me dirijo hacia allí contento de que el silenciador de mi abuelo ya no hace efecto, pues he oído perfectamente el mensaje de Michael Caine; pero, ¿por qué no han querido hablarme Sean Connery y Kipling?

Llego a orillas de un río donde están Mowgli y Baloo chapoteando. Definitivamente oigo. El azul Krishna, en medio de la selva, sopla en su clarinete la hermosa pieza que compuso Enio Morricone para “La misión”. Mi madrina Bagheera, la pantera negra, observa a Mowgli, protectora, desde la rama de un árbol, bajo el que John Lennon, guitarra en mano, musita su mantra: eye-ing, eye-ing, eye-ing, eye-ing, y ensaya los primeros acordes de la dulce Dear Prudence. Gandhi, de pie ante él, tiene los pliegues de su sari repletos de piedras preciosas que ha sustraído de las bridas de los elefantes, pero se quita las gafas y las deja en el sombrero de Lennon, que levanta la vista y repite: eye-ing, eye-ing, eye-ing... MCartney persigue de árbol en árbol a Bagheera, que no me quita los ojos de encima. Mowgli ha desaparecido y ahora es Ringo el que juega con Baloo. Bajo otro árbol, Rabí Sankar enseña a George a tocar el sitar. Alguien me toca el hombro. Es Rabindranaht Tagore, que ha venido a explicarme que fue él, y no Morricone, quien le puso el mote a Gandhi, y que no hubo nada malo entre éste y su sobrina. Luego me invita a ir con él río abajo. “Dile a tu madrina que estás en buenas manos”, me dice. Le hago a Bagheera un gesto de aprobación con el pulgar; enseguida se vuelve y le arranca las zapatillas a Paul (que ahora es Dragó) y se los come. Ya verás, me dice Tagore (que ahora es Michael Caine), Sandokan ha capado a Shere Kahn, y ahora es el lazarillo de Borges, el lazarillo que Borges soñó. Michael Caine (que ahora es Somerset Maugham) dice que lo siente por mi bicicleta, que Sean Connery se la ha llevado para devolvérsela a mi abuelo (que es John Huston). Pero tranquilo, no te preocupes, que yo te enseñaré La India (ahora es Hermann Hesse quien habla).

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